Cada cual observa, examina, mira, pero todos los
ojos no tienen la misma potencia irradiante. El ojo puede dar brillantez,
alegría, ternura, o puede amenazar como si te apuntasen con un fusil llegando a
dejarte inmóvil. Ejerce un poder real, mágico y natural. Una mirada débil
puede adquirir máxima energía, mientras que una mirada franca, recta, sin
descaro, puede ser el arma del débil que oculta su timidez bajo un aspecto
agresivo.
Se dice que los ojos de la gente hablan tanto
como su lengua, y el dialecto ocular tiene la ventaja de no necesitar
diccionario para ser entendido por todo el mundo. La mirada es ciertamente el
órgano más poderoso del que disponemos para influenciar a los demás. Atrae,
fascina, y cuando la vista dice una cosa y la boca otra, una persona
experimentada se fía del lenguaje de la primera. Los ojos son un gran manantial
de fuerza. Es donde más se pintan las imágenes de nuestras secretas
agitaciones, y en donde mejor se pueden reconocer. La vista pertenece al alma
más que ningún otro órgano; parece como si la tocara y participase en todos sus
movimientos. Expresa por ella las más vivas pasiones y las emociones más
tumultuosas, así como los movimientos más dulces y los más delicados sentimientos;
los manifiesta en toda su fuerza, en toda su pureza, tal como acaban de nacer;
los transmite en rápidos gestos que llevan el fuego, la acción, la imagen del
alma de que proceden; la mirada recibe y refleja al mismo tiempo la luz del
pensamiento y el calor del sentimiento. Es el sentido del espíritu y la lengua
de la inteligencia. Podemos encontrar en su fondo las huellas de cualquier
pensamiento.
La suya y la mía, ambas miradas se pusieron de
acuerdo. Ambos formamos parte de la misma escena. Mercado en la ciudad de
Kandy. Sri Lanka.
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