viernes, 29 de julio de 2016

Miradas que se clavan como espadas.

Cada cual observa, examina, mira, pero todos los ojos no tienen la misma potencia irradiante. El ojo puede dar brillantez, alegría, ternura, o puede amenazar como si te apuntasen con un fusil llegando a dejarte inmóvil. Ejerce un poder real, mágico y natural. Una mirada débil puede adquirir máxima energía, mientras que una mirada franca, recta, sin descaro, puede ser el arma del débil que oculta su timidez bajo un aspecto agresivo.
Se dice que los ojos de la gente hablan tanto como su lengua, y el dialecto ocular tiene la ventaja de no necesitar diccionario para ser entendido por todo el mundo. La mirada es ciertamente el órgano más poderoso del que disponemos para influenciar a los demás. Atrae, fascina, y cuando la vista dice una cosa y la boca otra, una persona experimentada se fía del lenguaje de la primera. Los ojos son un gran manantial de fuerza. Es donde más se pintan las imágenes de nuestras secretas agitaciones, y en donde mejor se pueden reconocer. La vista pertenece al alma más que ningún otro órgano; parece como si la tocara y participase en todos sus movimientos. Expresa por ella las más vivas pasiones y las emociones más tumultuosas, así como los movimientos más dulces y los más delicados sentimientos; los manifiesta en toda su fuerza, en toda su pureza, tal como acaban de nacer; los transmite en rápidos gestos que llevan el fuego, la acción, la imagen del alma de que proceden; la mirada recibe y refleja al mismo tiempo la luz del pensamiento y el calor del sentimiento. Es el sentido del espíritu y la lengua de la inteligencia. Podemos encontrar en su fondo las huellas de cualquier pensamiento.



La suya y la mía, ambas miradas se pusieron de acuerdo. Ambos formamos parte de la misma escena. Mercado en la ciudad de Kandy. Sri Lanka.

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